sábado, 24 de octubre de 2009

Hablando de la VIOLENCIA hacia las Mujeres: El poder de una buena decisión

Malena Pinto Escamilla


Hace unos días mi hijo me entregó una nota donde la psicóloga de la escuela me citaba para platicar conmigo “sobre ciertas conductas” detectadas en él.

Sin mencionar el tema, de inmediato supuse de qué se trataba; definitivamente, mi “secreto vergonzoso” se empezaba a descubrir, pero ¿cómo es posible que mi cobardía, mis apariencias, mi amor enfermo hacia alguien que nunca dejó de pensar en sí mismo pudieran ser más fuertes que el amor a un ser que apenas se empieza a formar, más fuerte que el amor a mis padres, hermanos, amigos, que mi propia existencia? Como lo imagine, el reporte decía: “Su hijo presenta una conducta antisocial que impide que se relacione con otros compañeros de manera normal, pero principalmente permite que otros pasen sobre él reaccionando de manera frustrante. Es necesario que acuda a terapia”.

¡Me sentí molesta, frustrada, avergonzada! ¿Hasta cuándo seguiría con este teatro? Unos meses atrás, después de que tuve un episodio violento fuerte, una compañera del trabajo me comentó que pasaba por una crisis en su matrimonio y que juntos tomaron una terapia que realmente los había ayudado muchísimo; con esas fuerzas que se van agotando en el interior le pedí los datos de lo que hoy llamaría mi guía o conciencia, esas personas que el Señor te pone en el camino cuando todo realmente lo ves oscuro, sin sentido y son utilizadas por Él para hacer notar su presencia: mi psicóloga, una persona cariñosa, profesional, sobre todo comprometida con su labor que me hizo ver lo que no podía ver.

Por supuesto, su dictamen ante la indicación de la escuela fue: “Tu hijo no es el del problema, ustedes tienen un problema muy grande como pareja que le afecta y lo refleja. Es necesario que reportes en la escuela que viven en un círculo de violencia y que necesitas tiempo para tomar decisiones definitivas, como una posibilidad de divorcio”.

¡Cómo! ¿Escuché bien? ¿Revelar mi secreto vergonzoso? ¡Yo no acudí a esta terapia para escuchar esto, va contra mis principios religiosos! Mis padres, con 44 años de casados, me enseñaron que lo más valioso es la familia y yo la mantendré la mía a costa de lo que sea; pero ya empezaba a preguntarme constantemente por qué mi esposo no quiere acudir a terapia, ¿por qué ya no va a misa? ¿Por qué después de convencerlo para entrar a un apostolado (fuimos a cuatro) no quiere continuar? ¡Seguro porque yo soy la del problema! Dice que soy celosa porque toda la tarde se la pasa en el “Messenger”, porque con sus clientes mujeres es caballeroso, alegre, detallista, porque llaman a la casa para decir que anda con alguien de la oficina, porque cuando me visto me dice “te ves horrible, estás gorda, me das asco”.

¡Sí, definitivamente, empiezo a pensar que yo estoy mal por dudar, por bajar mi autoestima y creo que merezco los golpes de cada tarde, cada noche, que cada vez se me hacen interminables! ¡Necesito un milagro! Un sacerdote me dirá lo que necesito escuchar y de paso intercederá para que se me conceda.

Efectivamente, él fue el milagro; son de esos sacerdotes que están donde deben estar, con la gente que realmente necesita ser sanada con el amor de Dios, pero yo les llamaría guerreros del cielo, ¡ja!, porque con su rudeza de palabras definitivamente abres los ojos, como lo hizo este hombre del Señor, al que también le agradezco estar hoy donde estoy.

Él me dijo: “Sólo puedo decirte que esto de la violencia es una cadena que si no se rompe condena a los que involucra a una perdición emocional, espiritual y social; tú ya tomaste la decisión de seguir con un hombre que no te ama y condenaste a tu hijo a seguir el mismo patrón ya que es lo que se le ha enseñado, orillándolo casi con certeza a la drogadicción, al alcoholismo o cualquier otra cosa que pudiera apaciguar su frustración, odio y dolor.

Me apena que siendo profesional, teniendo una familia unida, hermanos, amigos que te quieren y que no dudarían en ayudarte decidas continuar con este golpeador que tanto daño ha hecho no sólo con sus agresiones físicas y sicológicas, sino con su indiferencia ante un apoyo profesional, su egocentrismo, banalismo...

“Mujeres del interior se han atrevido a dar este paso, sin tener un trabajo, un apoyo familiar ni nada de lo que tu tienes. ¿Qué te puedo decir si tú ya decidiste?”.

Nunca podré olvidar este día que me cambió la vida por completo. Con lágrimas en los ojos frente al volante pensé en todas estas palabras, duras, sí, muy duras, que removieron en mi interior esa vocecita que había apagado, que ya no escuchaba, ¡mi verdadera existencia! ¡Mi yo que me gritaba: “Durante 11 años, aceptaste, solapaste, soportaste, luchaste, esperaste amor, una familia unida... sabes que todo nuevo intento será inútil para su descontrol y frustración!”.

No sé cómo llegué a la casa, pero a partir de ese día decidí terminar con este “secreto vergonzoso”.

Fue así que regresé a mis terapias para conocer más de este problema tabú, aun en nuestra sociedad yucateca, y descubrí: Que no me golpeó por ser alta o baja, gorda o flaca, necia o inteligente, licenciada o analfabeta, me golpeó por ser mujer (más vulnerable en comparación con su fuerza y complexión).

Que esto no me pasó sólo a mí, le sucede en este momento a muchas otras mujeres de nuestro país o de otra parte del mundo.

Que no distingue nivel social, edad, religión o raza.

Que los maltratadores no sólo provienen de sectores marginados, pueden ser políticos, abogados, periodistas, policías, médicos, jueces, militares, etcétera.

Que cuando se quiere averiguar si en la familia de origen hubo el mismo problema evita hablar de eso o da una versión poco creíble.

Que me golpeó para dominarme e infundir temor (terror diría yo).

Que el maltratador tiene fuertemente interiorizados los valores tradicionales de la superioridad masculina.

Que la víctima, como yo, muchas veces se siente culpable de una situación que le desconcierta, le confunde y le deprime.

Que me aisló socialmente, principalmente de mi familia, para acrecentar su dominio sobre mí.

Que me asignó de una manera rígida mis funciones dentro del hogar.

Que por lo general en público es amable, seductor, simpático, pero en la casa es agresivo y violento. Muchas personas suelen caer en la seducción de sus discursos, incluso profesionales, amigos, parientes.

Que es violento en la forma de corregir a las mascotas.

Que los agresores no acuden a pedir ayuda por iniciativa propia.

Que ve el sexo como señal de poder, recriminando lo que en realidad son sus propios problemas, con insultos frecuentes como: frígida, p..., lesbiana, etcétera.

Que amenaza de muerte, o con quedarse con los hijos.

Hoy ya no tengo este secreto, que comparto como testimonio para que todas esas mujeres que tienen un “secreto vergonzoso” se animen a buscar ayuda, sientan que no están solas, que existen instituciones, profesionales, asociaciones que han puesto sus ojos en este grave problema.

No tengo duda de que este proceso es doloroso pero es la mejor decisión que pude haber tomado.

Hoy empiezo a saber lo que es vivir con amor, paz, alegría, sueños y le doy gracias a Dios por ver a mi hijo transformado, representando lo mejor de mi pasado y mi presente. También le agradezco por poner en mi camino a esas personas que me ayudaron a existir de nuevo, pero me preocupa: ¿Tú todavía piensas seguir con ese secreto vergonzoso?— Mérida, Yucatán.

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